En la columna Tejiendo Libertades de Primera Maraña, Claudia Korol nos dejó unas reflexiones y unos sentires en relación a un nuevo aniversario de las jornadas rebeldes del 19 y 20 de diciembre de 2001.
22 años atrás, en diciembre del 2001, el hartazgo frente al ajuste, el corralito, el empobrecimiento brusco, la precarización laboral, el hambre de todos los días, estalló en mil pedazos. Los días previos al 19 de diciembre comenzaron los saqueos a los supermercados. Era el hambre, y la fiesta. Se llenaban las alacenas para sobrevivir, y para poder brindar en la próxima navidad. No fue todo espontaneidad. No fue todo conspiración. La bronca y el deseo son un cocktail explosivo. El 19 la rabia llegó al centro porteño. La declaración del Estado de Sitio fue la llama que colmó la paciencia e incendió las calles.
Ese día estábamos terminando el curso de educación popular en la Universidad de las Madres, y ante la conmoción general, se convocó a Asamblea. Un estudiante muy joven se dirigió a Hebe y le preguntó: “Madre ¿cómo se hace cuando hay estado de sitio?”. Hebe, en su particular estilo, le respondió contundente: “No se le da pelota. El estado de sitio funciona, si la gente cree en eso”.
La inquietud era grande. Nadie podía volver a sus casas. Quedamos dando vueltas por el centro, hasta que empezaron a llegar miles de personas que venían como oleadas de furia inundando cada espacio posible. Como si todas, todes, todos, hubieran oído el consejo de la Madre, el grito se extendió por las calles: “¡Duro, duro, duro, el estado de sitio se lo meten en el culo!”.
Esa noche sentí miedo. Percibía que se vendría una masacre. La memoria colectiva guarda el recuerdo de los gobiernos radicales, desde la Patagonia Trágica, hasta ahora Jujuy con Gerardo Morales. Algo de eso sucedió esos días: 39 personas muertas y más de 500 heridas.
Al día siguiente, con la resaca del miedo, estábamos de nuevo en las calles. La revuelta continuaba. A media mañana llegaron a la Plaza de Mayo las Madres. El descontrol de los medios de comunicación permitió que se viera en directo a la policía lanzarse a caballo sobre ellas. Se vio el pañuelo manchado de sangre. Esa fue la contraseña para que quienes todavía estaban en sus casas se volcaran masivamente a las calles. “A mi vieja no la tocás”, se decía como en un tango feroz. La consigna había ido cambiando y ya era: “Que se vayan todos”.
Los motoqueros repartían limones a las y los manifestantes. Las travestis codo a codo con los machitos homofóbicos y con las tortas viejas que enseñaban a lxs pibxs a hacer molotov. El 19 y 20 de diciembre del 2001, fue una escuela gigantesca de lucha de calles, de rebeldía, y de autonomía.
Entre corrida y corrida, y un llanto que ya no era miedo sino emoción, recordé las palabras de un compañero zapatista que en medio de la Selva Lacandona, en febrero de 1995, me regaló este comentario. En pleno planchazo social menemista, él me dijo: “Tú sabes cómo son los argentinos”. Yo que andaba incrédula con mi argentinidad, descreída, un tanto desanimada, lo miré con desconfianza: “¿Cómo somos?”. Respondió: “ustedes parece que están dormidos, en silencio, y un día explotan y queman todo”. Me pregunté qué Argentina estaba mirando desde el centro de la selva. Después comprendí. La Argentina más reciente que estaba mirando, era la del Santiagazo, sucedido el 16 y 17 de diciembre de 1993. (En pocos días se cumplirán 30 años de ese momento, que fue el primero de una serie sucesiva de levantamientos populares contra el neolilberalismo que tuvieron su expresión más fuerte en el Argentinazo del 19 y 20 de diciembre de 2001).
¿De qué estamos hablando? Te preguntarás, en estos días de desánimo provocado por este que se vayan todos ultra reaccionario del 2023. …
Así somos los argentinos. Iracundos. Rabiosos. Un día quemamos todo, hasta nuestros sueños, nuestra memoria, en incendios feroces. Pero hay un tejido subterráneo que no puede ser alcanzado por el fuego. La memoria ancestral de los pueblos originarios y negros, la memoria obrera del siglo 20, la memoria peronista de la Resistencia, la memoria de las Madres de Plaza de Mayo, la memoria feminista, no se pierden entre las cenizas del enojo social. Será necesario recrearla, tejerla, enredarla, desbordarla, hasta que el miedo cambie de lado, hasta que se corrija el sentido de la puntería.
Este 20 de diciembre seguiremos en las calles, porque ahí están las huellas de nuestra historia y de nuestro proyecto. Será bueno que se escuchen nuestras voces. Será necesario que nos escuchemos, que quienes nos encontramos distantes por las opciones políticas diferentes asumidas en los tiempos posteriores al 2001, pero que nos reconocemos en el sentido de la Resistencia Popular, tengamos la inteligencia y la creatividad suficientes para sentir el abrazo de todas las generaciones que sembraron sueños, que crearon experiencias de poder popular, feminista, anticolonial. Que afirmemos con las Madres, que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Por los 39 asesinados y asesinadas en ese 2001, por los 30000, salgamos a las calles en un abrazo interminable que diga que Pocho Vive, que Carlos Petete Almirón, Gastón Riva, Gustavo Benedetto, están presentes, ahora, y siempre.
Ni una sonrisa para los crueles que hoy llegaron al gobierno. Para ellos nada. Para nosotras, la rebelde dignidad.
Claudia Korol
Diciembre 2023.
Foto: Nicolas Pousthomis/ Sub.Coop